domingo, 1 de diciembre de 2013

Los entierros antiguos de Bornos.

Días pasados, como es costumbre en mí, asistí y acompañé al enterramiento de un bornicho conocido, ya que, gracias a Dios, en Bornos nos conocemos todos...y más aún por mi avanzada edad. Esto no hace al caso. Por el camino iba pensando en lo breve que es la vida y lo pronto que pasa ante nuestros ojos. Me vino a la mente la de entierros que he acompañado en mi vida y, por supuesto, los cambios que se han producido en la forma de enterrar a lo largo de 60 años. Ahí es nada. 

Si alguien nos abandonaba, de inmediato, nos informábamos por el toque de campanas o por el boca a boca en las tiendas, en el mercado, en las fuentes…todo sin necesidad de prensa o esquelas mortuorias. Existián varias clases de toques de campanas según la clase de entierro. Uno se moría donde quería, en su propia casa mayormente. Nada de hospitales o tanatorios llenos de flores, bares o tiendas de lápidas. El velatorio se celebraba en el propio domicilio, y digo "celebraba" porque durante la larga noche, además de dar el pésame a la familia, daba tiempo de fumar, tomar un cafelito o, en muchas ocasiones, hasta la propia familia ofrecía una copita de coñac o de aguardiente. La fila de los dolientes, que se situaba delante de la puerta del domicilio mortuorio, se formaba con arreglo al grado de parentesco con el finado. Durante las largas horas se rezaban Rosarios.

Pero lo más socorrido era la conversación. Siempre se terminaba hablando de las anécdotas que le ocurrían a los personajes populares de Bornos o se contaban chistes que provocaban la risa. Los bornichos somos así, era una forma de mitigar el dolor producido por la muerte del ser querido. Nos despedíamos de los familiares con la información de la hora del entierro, porque allí no terminaba el acompañamiento. 

Pasadas las 24 horas, ¡todos al sepelio! El clero iba, en ceremonial, hasta la casa del fallecido. Se recibía en la puerta. Pero si el entierro era "de primera" (de gente adinerada) se repetía el responso hasta tres veces desde la iglesia hasta la casa mortuoria, con túmulo itinerante. Después se decía la misa funeral cantada y solemne, según casos. Posteriormente se producía el traslado del féretro al cementerio llevado a hombros al no existir aún los coches fúnebres. Durante el recorrido se rezaban nuevos responsos hasta la mitad de la calle Granada -sobre el número 70-, puesto que a partir de este punto se despedía la Iglesia (el clero). También se despedían, acoplados a la acera izquierda, los acompañantes que por su edad, pereza o "cangelo" no bajaban hasta el camposanto (o "cortijito de los callaos"). 

Enterrado el cadáver, volvían los familiares y toda la comitiva hasta la puerta del domicilio del finado, donde se recibía el pésame. Sí, allí se colocaban "enfilados" todos los familiares más allegados, y se erigía a un portavoz que se encargaba de dar las gracias a los asistentes por el acompañamiento. Me viene a la memoria una anécdota ocurrida en un pésame de gente sencilla, en el que el cuñado del muerto fue el portavoz familiar. Éste, descubriéndose de su sombrero con la solemnidad que el caso requería, con voz grave y candente dijo… "señores, en nombre de la familia del finado, os doy las más expresivas gracias por haber acompañado al cadáver de mi cuñado". Y, como quiera que le salió tan fino aquel pareado, en aquel silencio absoluto, sobresalió la voz del cachondo de turno que, acompasadamente, dijo…"con el garrotín, con el garrotán". Como es lógico, se produjo la hilaridad de los acompañantes. 

Terminado el pésame cada uno a su casa o a su trabajo. El entierro completo duraba más de dos horas, menos para los hortelanos. Estos aprovechaban su estancia en el pueblo para relacionarse con sus amistades en bares y tabernas, volviendo algunos a sus huertas a los dos o tres días, eso sí, justificados con el entierro de un amigo o conocido. 

A.G.B.